Los que entráis en este artículo buscando algún truco mágico e infalible para complacer los deseos carnales de vuestro amante quedaréis decepcionados con lo que vengo a contaros. Y es que no existe un botón mágico, una posición ni un movimiento de lengua en tres sencillos pasos que asegure a ciencia cierta un orgasmo de dimensiones estelares. En la vida real los trucos de la Cosmopolitan y los consejos de las webs «para mujeres» son anecdóticos, referencias con las que puedes acertar o meter la pata hasta el fondo. Y ahora que este concepto ha quedado claro, es cierto que hay una serie de puntos que en mayor o menor medida suelen funcionar.
La disposición. Las mamadas hechas con desgana nunca funcionan, y es que la felatriz ha de disfrutar tanto o más que su amante en esta celebración del placer. Esto ha de convertirse en un ir de la mano (o de la boca) en busca de los campos del edén, los fuegos artificiales, la petite mort. En el momento en el que uno camina hacia el orgasmo mientras el otro pone cara de circunstancias algo está saliendo muy pero que muy mal.
Un buen francés tiene que ser generoso, desinteresado, elaborado con la calma y la precisión que pone el relojero en arreglar cada una de sus piezas. Haz que la carne de tu amante vibre, se ensanche y crezca hasta que no quede ni un resquicio seco en la tela de tus bragas. Disfruta del calor infinito dentro de la boca, sabiendo que eres tú la que lleva el control de la situación. Cuando la polla esté tan hinchada que parezca que va a explotar, para. Solo durante unos milisegundos, los suficientes como para poner cara de hija de puta, guiñarle un ojo para que sepa que puedes hacer que se corra en cuanto te dé la gana, y cuando su cara se retuerza en una mueca de «¿no irás a parar ahora, verdad?» le haces una buena garganta profunda. Hondo, que te den arcadas. Que las babas le resbalen por los huevos.
Dejar el orgasmo casi a punto unas cuantas veces te asegurará una corrida épica. De las que atraviesan el cuarto y se quedan colgando de la pantalla de la tele. Una de esas que te jode el tapizado del sofá de la salita. Digna de enmarcarla y enseñársela a tus amigos cuando vengan a casa de visita: «Mira, mira, aquí fue donde Eusebio dejó plasmado todo su amor. Su estirpe. Su virilidad. La sábana santa de nuestra vida sexual».
Ay, que me voy por las ramas. Yo estaba hablando de cómo hacer una buena mamada.
Fotografía de Amarna Miller
Punto uno: ponle mucho interés.
Punto dos: pierde el miedo al pene. El pene es tu amigo, está aquí para darte gustito, así que nada de cogerlo como si estuvieses sosteniendo un jarrón de la dinastía Ming. Agárralo con ganas.
Hay chicos a los que les gustan las embestidas fuertes presionando la polla como si no hubiese un mañana y otros que prefieren que les rechupetees como si te comieses un Calippo. Para gustos colores, así que ante la duda es mejor preguntar. O si te da un arrebato de vergüenza inesperado, ve probando cosas diferentes (a ser posible de menor a mayor intensidad, no empieces con un mordisco en el prepucio) y analiza las reacciones de tu compañero.
Lo que me lleva al punto tres: utiliza la empatía. Observa si algo le está gustando o no por los gestos, los gemidos… Si te grita con cara de dolor es momento de parar. Si tiene espasmos en las piernas y sus ojos miran hacia el cielo al estilo del éxtasis de santa Teresa es que vas por el buen camino. En general la zona del frenillo suele ser la más sensible, y a muchos chicos les vuelve locos que les pases la lengua por los testículos. Otros lo odian, así que hay que ser precavida.
Lo que les suele gustar a todos por igual es que succiones la polla mientras practicas un movimiento de torsión. Comprime tus mejillas hasta que parezcas Mario Vaquerizo y aspira todo el aire que puedas tener dentro de la boca. La idea es que parezcas una aspiradora que gira sobre sí misma —pese a mis descripciones todo esto se puede hacer de forma muy elegante, lo prometo—. Las gargantas profundas siempre son el triple-hit-combo de la cuestión, pero su buen hacer se merece un artículo aparte. Si tienes dudas en cuanto a la teoría, deja que la intuición y el sentido común sean tus aliados.
Punto cuatro: la humedad. No es cuestión de crear una inundación ni de encharcar la cama a base de babas, pero en general nunca es mala idea un poco de saliva que sirva de lubricación natural. Tocar un pene a palo seco es el equivalente a que te metan tres dedos sin lubricante. Raspa. Duele.
Punto cinco: el espectáculo. Si quieres que tu compañero te diga que haces el amor igual que una estrella del porno (ja) tienes que aprender a hacer un buen show. El juego de las miradas suele ser muy efectivo: en lugar de cerrar los ojos concentrada mantén su mirada mientras te metes la polla en la boca, deja que los hilos de saliva cuelguen de tus labios y míralo fijamente paseando tu lengua por su glande con movimientos imposibles.
Las opciones son infinitas, así que dale caña a la imaginación: busca posturas que le dejen observar las formas más excitantes de tu cuerpo, usa un conjunto de ropa interior que te guste, mastúrbate mientras le comes. La cuestión es crear un contexto que tenga como fin la excitación.
Y por último, el ansiado punto seis: la corrida.
Siempre he dicho que los penes son bastante más interactivos que las vaginas. Sin contar con aquellas afortunadas que hacen squirtings, el hombre tiene un atributo que a mi gusto suma una cantidad maravillosa de posibilidades al arte de la felación: poder elegir dónde correrse. En el fondo me da envidia, y sé que Freudtendría mucho que decir sobre esto.
Cara, boca, tetas, culo, coño… Lo que debemos recordar a la hora de hacer que tu amante eyacule es no apretar demasiado, aprender a parar en el momento adecuado y no cambiar repentinamente el ritmo. Todo irá de perlas si además añades el show: miraditas, jugueteo y diversión.
Y ahora que has leído todo esto, haz lo que te dé la gana; no soy nadie para darte consejos. Hablad entre vosotros y decidáis lo que decidáis, poneos a ello. Ahora, mientras acabáis de leer este texto. Y me contáis qué tal en los comentarios.
(Este artículo está redactado desde mi punto de vista, como mujer, y por tanto los pronombres usados son los femeninos. Insto a los lectores a que sustituyan los pronombres por él, ello, ellx, ell@ o la opción que más les apetezca).
Publicado por Amarna Miller en: http://www.jotdown.es/