—Dame las manos.
Una orden sencilla, con tono calmado, como todas las tuyas. Con esa mirada que me indica que lo que va a suceder me va a gustar. Seguramente. O no. Confianza. Pero incertidumbre. Sí, siempre lo siento así, así lo vivo, desde el primer momento. Me pongo en tus manos y confío, completamente, pero al mismo tiempo esa sensación de “y ahora qué va a pasar”. Me encanta. No puedo evitar recrearme en ella. Y sentirme muy tuya mientras te ofrezco las manos.
En las tuyas hay una cuerda, de yute, que se va enroscando en mis muñecas, una vez, dos veces, tres, la cruzas, anudas y anudas. Roza la piel, rasca, pica, la enrojece ligeramente. Se clava en ella, la marca. Pienso que vas a seguir atándome, pero simplemente, tiras de ella hasta dejarme muy cerca de tu boca, sobra mucha cuerda. Quiero besarte, pero me dices que no, sonriendo, no me dejas. Yo sonrío también y bajo la mirada. En el techo hay un gancho, y la cuerda que sobra pasa por él, hace de polea, y mis manos quedan sobre mi cabeza, los brazos algo tensos. Me haces arrodillarme, con las piernas separadas, expuesta a ti y a tus deseos…
Me muero de ganas de besarte. De que me toques, mi piel está ardiendo. Necesito que lo hagas. Y tú no pareces estar dispuesto. Sólo me miras, y me preguntas qué pienso. No, por favor, no me hagas esto, no hagas que te lo cuente. Pero tus ojos me dejan muy claro que estás hablando en serio, y quieres oír la verdad. Te necesito a ti, a tu piel, que tus manos me rocen, me recorran. Sujetas mi pelo, para tirar de él hacia atrás, me adviertes que no estás de coña, que quieres escuchar todo lo que pase por mi cabeza. Y yo te lo voy diciendo, a trompicones. Deseo sentir tu piel sobre la mía, deseo sentir cómo me causas ese dolor, delicioso, aunque me queje, aunque sea superior a mí y a mi aguante. Deseo sentirlo, mojarme con sólo pensarlo, y entregarme a ti como nunca me he entregado a nadie. Siento que mi mente te pertenece, que podrías pedirme cualquier cosa, aunque ese detalle me lo guardo.
Siento que entre mis piernas resbala toda mi excitación, y me susurras si estoy excitada, pasas dos dedos por la cara interna de uno de mis muslos, empapas tus dedos de mí y me lo pones en los labios. Lo chupo, impaciente por complacerte, pero tú retiras la mano y suena un azote. No te he dicho que chupes, perrita, no te adelantes. Mi mirada te suplica, cada vez estoy más excitada, más cachonda, estoy inmovilizada, en tus manos, y veo como tus pupilas se agrandan y tu mirada se oscurece (más), te pasa siempre que te pones cachondo, y me encanta verlo. También ver cómo sonríes cuando ves mi mirada de súplica, y tus manos, finalmente, rozan ligeramente mis pezones, para acabar agarrándolos con fuerza y retorciéndolos, tiras de ellos hasta que me haces gritar de dolor. Apenas lo puedo soportar, me quejo, pero me encanta, tus manos ahora me azotan, con fuerza, las tetas, hasta enrojecerlas, dos, tres, cuatro veces. Gimo, me quejo de nuevo, noto como arden en tus manos, Dios, qué tuya me siento. Ahora tus manos las acarician, sólo, con suavidad, durante unos largos segundos, y luego vuelvo a escuchar como suenan sobre ellas. Joder, duele, noto como la sangre acude a la superficie de mi piel, y como se queda ahí, me estarás dejando la marca de tus manos sobre ella, esas marcas que tanto me costaba aceptar, y ahora me hacen sonreír cuando las miro, por más que me queje. Sí, otra vez tus manos vuelven a acariciar mis tetas suavemente, y ahora sí, bajas los labios hasta los míos para besarme, agarrándome del pelo, mientras me dices al oído que te gusta cómo lo estoy haciendo, que si estoy bien. Te respondo que sí, que estoy bien, excitada, en llamas. Y tú me sonríes y me dices que esta noche voy a mojarme como nunca, que soy tuya, y que recuerde que mis orgasmos te pertenecen, todos, como toda yo. Que vas a jugar conmigo como y cuanto quieras, y que hoy has decidido hacerlo con mi tetas, que te apetece dejármelas doloridas, que me acuerde de ti cada vez que me roce la ropa. Veo un brillo sádico en tu mirada, te excita mi dolor y te excita mi incertidumbre, mi ligero miedo ante ese anuncio.
Vas poniéndome pinzas en los lados de las tetas, luego más en los pezones, hasta que están llenas, y duelen, oh, sí, duelen mucho, las mueves con la mano, mientras me rozas la entrepierna con la otra, y me dices que estoy empapándolo todo, que como se caiga algo al suelo tendré que lamerlo de allí. Te miro a los ojos, odiándote ahora, y tú lees ese odio en mi mirada, me preguntas que si lo he entendido. Sí. Sí, ¿qué? Sí, Señor. Señor no, sí mi Amo. Sí, mi Amo, mi Dueño.
Retuerces a la vez dos de las pinzas que llevo en los pezones, hasta que me quejo, y entonces me las vas quitando, despacio, una por una. Luego, una novedad, alcohol. Noto las tetas ardiendo, y arden aún más cuando echas un chorro sobre cada una de ellas. Grito, escuecen, arden, pero me encanta la sensación. Pienso que ya estás satisfecho, pero tu mirada me indica que aún no. Me besas, perrita, qué prefieres, coges el gato, el mechero y una vela, ¿azotes o cera? Respondo que prefiero cera. Sonríes, enciendes la vela y esperas a que la cera se derrita, la levantas, me miras a los ojos mientras las gotas empiezan a caer, ardiendo, sobre mi piel. Arde, quema, pica, lo que provoca cada gota va derecho a mi entrepierna, me noto cada vez mas mojada, las tetas me queman cada vez más, cómo escuecen, joder, pero me encanta. Me retuerzo, y de mis labios se escapan quejidos de dolor, que casi se confunden con gemidos de placer, apenas si los diferencio. Cuando tengo las tetas cubiertas de cera, me besas de nuevo, me dices que te está poniendo muy cachondo escucharme y que más cachondo te va a poner el sonido del gato en mis tetas, quitando la cera. Te suplico que no lo hagas, no sé si voy a poder con eso. Tú me susurras que claro que podré, y que si me porto bien tendré mi premio. Te echas un poco hacia atrás y las tiras del gato me dan en la teta derecha primero, gimo de dolor y un poco de cera cae al suelo, no me estás dando muy fuerte, apenas lo suficiente para que se desprenda, prácticamente, me acaricias con las tiras de cuero, noto como arden, como palpitan, como se agolpa la sangre y cómo duele, pero chorreo, cada vez más, la cera se va desprendiendo de mi piel a golpes, y entonces, retiras los restos que quedan suavemente con las manos, y luego las besas, las acaricias, lames los pezones muy despacio, muerdes muy lentamente, me susurras que quieres ver cómo me corro, que es mi premio por aguantar tan bien todo. Gracias, mi Dueño, muchas gracias, no sabes la falta que me hace. Sí que lo sé, mi perrita, estás empapada.
Con los labios sigues torturándome suavemente los pezones doloridos, mientras tu mano me masturba suave, pero implacable. Pienso en si querrás que te pida permiso para correrme, para morir de gusto entre tus manos y tus labios, y no sé si seré capaz de articular palabra, para pedirte que me dejes correrme. Hago un esfuerzo, déjame que me corra, por favor, tú me das permiso, córrete, mi putita, me encanta ver cómo te corres, empápame la mano, tus labios y tus dedos siguen implacables en mis pezones, recordándome que los has torturado por y para tu placer, lo que hace que mi orgasmo se acelere, y que llegue, increíble, impresionante, me retuerzo de puro placer, y continúa, cuando de repente, me penetras por detrás, sin miramientos, me follas fuerte, deprisa, me azotas el culo, y me llenas de leche, arrancándome otro orgasmo más, que se escapa, sin pedir permiso, por lo que me susurras que eso tendrá consecuencias, me pones la polla en los labios y haces que te la deje limpia, luego me vas desatando y bajando los brazos, los masajeas, besas y lames las marcas de la cuerda en mis muñecas, luego tiras de mí hacia arriba y me ayudas a tumbarme, me cuidas, me acurrucas entre tus brazos, me acaricias el pelo… Me duermo, hasta que un rato más tarde, un ligero dolor me recuerda todo lo que ha sucedido.
Me ordenas que me vista para ir a cenar fuera. Lo hago, sintiendo cada centímetro de tela rozar contra mis tetas doloridas y tu mirada sobre mí y mis reacciones.
Cuando estamos esperando a que nos traigan la comida, pones un sobre bajo mi mano en el mantel. Lo cojo y te pregunto si lo abro. Me dices que sí, mientras estudias mi reacción. Lo abro y veo dos rectángulos de papel de lija áspera, gruesa. Sonriendo, me das la orden de que vaya al baño y me ponga la lija rozándome los pezones, bajo el sujetador. Tu mirada no admite réplica posible, me anuncia que a la vuelta a casa habrá más sorpresas. Todo vuelve a empezar, soy tuya. Enteramente tuya. Maldita sea. Me encanta. ¿Por qué? Uhm. Y a mi mente viene aquella vieja canción que decía… haz conmigo lo que quieras.