Era un otoño muy extraño, estaba al caer la temporada de lluvias en la ciudad de Barcelona y que mejor momento que pasárselo genial sexualmente.
Eran las 15h de la tarde de un domingo lluvioso, ideal para fornicar durante horas y sucumbir a al pecado carnal entre dos personas.
Estos días así me encantan, me fascina que mi marido pueda hacerme suya y yo hacerlo mío, pero no como tradicionalmente se conoce…
Música romántica, una buena copa de vino y luz tenue son los alicientes que acompañan a una buena caricia y un deseado beso, pero de repente todo cambia… ¿Por qué?
Mi marido, Mario, y yo nos comenzamos a calentar y es ahí dónde empieza el juego, sí llega ese momento que me encanta y que me hace disfrutar más que una niña pequeña.
Mario se enfunda en su papel de amo dominante y yo me meto en la piel de esa doncella sumisa y dócil con la que se puede hacer lo que se quiera, desde castigarla hasta premiarla.
En estos momentos me desnudo, me pongo mi delantal y me arrodillo frente a Mario. El me ata las manos y me castiga con la fusta por haber sido tan mala…
No obstante no siempre se limita a castigarme, hay de otros que me complace por haberme comportado muy bien… y ahora os voy a contar ¡Mi último premio!
En nuestras cenas hablamos de nuestro secreto hobbie en la cama, y Mario me sorprendió con la idea de meterme en la piel de una escort como las que hay en Barcelona o cualquier ciudad. Aquella idea me embriagó y se apoderó de mí un morbo inmenso.
Esa misma noche planeamos el lugar al que acudiríamos para poder satisfacer nuestro último deseo sexual. Obviamente iba a ser una casa de citas…
Hoy es sábado por la noche, y estoy más nerviosa que nunca… Estoy deseando que llegue nuestra reserva en el restaurante del Wella e irnos pitando a una exclusiva habitación de una lujosa y famosísima casa de la ciudad condal.
Cenamos yo langosta y él chuletón, y en un total de dos botellas de vino y una de cava acabaron en nuestro gaznate para preparar lo bien que nos lo íbamos a pasar en menos de dos horas.
Nos dirigimos hacia el centro de Barcelona en taxi, nos bajamos en nuestro alojamiento nocturno, y a cada paso que daba más emocionada, y sobre todo, más caliente, me iba poniendo.
Entramos en el lugar y pensar que por una noche iba a someterme al rol de una prostituta con mi marido tan solo hacía que calentarme aún más.
Subimos a la suite, habitación que daba nombre a la casa. Para esa noche me compre un modelito muy poco dado a la imaginación y mi Mario dio mi premio, una buena sesión de sexo oral y tradicional. Comenzó a hacerme el amor en el filo de la cama y acabamos lamiéndonos nuestros genitales con más ganas que gusto, pero si mucho placer.
Pero a las dos horas, comenzamos nuestro juego…. Esta vez yo era esa prostituta que se había comportado muy mal y que su cliente la castigaría.
Me estiré boca abajo y el comenzó a acariciar toda mi espalda con un flogger de nueve colas (juguete fetiche de ambos que tenemos en casa), poco a poco comenzó a azotarme, hasta que yo sentí que no podía más, estaba al límite de que se unieran nuestros órganos para tener el mejor sexo.
A medida que su pene iba entrando, el me azotaba tanto como mi cuerpo aguantaba y eso, os lo puedo asegurar me hacía tener orgasmo tras orgasmo.
Todos los elementos BDSM nos encantaba, pero el rol que más nos ponía era el de sumisa y Amo.
El sentimiento de poder que él tenía y la sensación y necesidad que anhelaba yo por ser una débil sumisa hacía que el grado de nuestra excitación subiera por momentos.
Nos pasamos toda la noche combinando el sexo tradicional, con el erótico y poco comprendido BDSM, pero os puedo asegurar que cumplí mi deseo más intrínseco y el rol que más placer me ha podido ofrecer Mario en toda mi vida sexual.