Relato: ‘Permiso’ por seisCuerdas

Relato: ‘Permiso’ por seisCuerdas

Ella estaba sentada frente a él. La copa de cerveza sin alcohol con limón apoyada en sus labios, los que desearía con todas sus fuerzas estar besando hasta la extenuación. Pero su mirada no parecía tener esos planes para él esa tarde. No. Lo intuía, lo leía en sus ojos, en su sonrisa.

No iba vestida para matar, como algunas veces. En realidad, llevaba un sencillo pantalón negro, un jersey del mismo color, que acariciaba sus curvas, maldita sea, igual que él hubiera querido estar haciendo en ese momento. Sí, joder. No quería estar sentado frente a ella tomando una caña, lo que deseaba era estar de rodillas, esperando sus órdenes. Deseando que empezara con él. Uf, no aguantaba, notó como, sólo con el pensamiento de estar arrodillado frente a ella, mirándola desde abajo, su polla se iba endureciendo, inevitable, inexorablemente. Y ella seguía, bebiendo de su copa, lamiendo la espuma de cerveza que quedaba en sus labios, él sabía que no lo hacía conscientemente, pero ese gesto le hace perder la razón. Dios, qué locura. El cerebro le iba a estallar… ¿pero qué cerebro? Casi no podía pensar de la excitación.

—Termínate la cerveza. Nos vamos.

Lo dijo con un tono suave y calmado, pero firme. Todas sus órdenes son así. Él cogió el vaso, como si tuviera un muelle en la mano, y remató lo que quedaba del dorado líquido. Al ponerse de pie, notó que tenía ganas de ir al baño a orinar, y así se lo hizo saber.

—Un momento, voy al baño.

A lo que Ella le respondió:

—No, no puedes ir al baño. Aguántate hasta llegar a casa.

Una punzada de dolor se le clavó en la entrepierna. Podía aguantar aún, pero le hubiera venido muy bien vaciar la vejiga. Respiró hondo, y se tragó la respuesta que estuvo a punto de salir de sus labios, la cambió por un:

—Como Tú desees.

Y ella sonrió, mientras le miraba, orgullosa.

—Así me gusta —sonrió.

Él la siguió, contempló sus largos rizos color ceniza, los tacones afilados, escuchó su sonido clavándose en el suelo. Joder, ¿por qué en su imaginación se estaban clavando en todo su cuerpo? De nuevo, la punzada de dolor en la vejiga, le recordó la dura realidad.

Lo peor de todo, es su cara de ángel, parece tan dulce… Y lo es, puede ser muy dulce, pero también muy hija de puta. Uf, sí, puede llegar a ser realmente despiadada a veces. ¿Realmente se arrodillaba delante de otro? ¿Se entregaba como se entregaba él a Ella? Preguntas sin respuesta, no hablaba con él de eso. Y tampoco quería imaginarlo, únicamente, cuando le veía alguna marca de sesión en el cuerpo le costaba imaginar que aquel ángel sádico se arrodillara ante nadie. ¿Cómo podía cambiar tanto? Más enigmas. Lo cierto es que le fascinaba el cambio. En todo caso, él siempre la había conocido de una forma. Y hoy no le intuía el estado de ánimo, no sabía para qué tendría que prepararse. Estaba realmente a la expectativa.

Metió la llave en la cerradura, dos vueltas y la puerta se abrió. Buscó a tientas el interruptor de la luz y lo pulsó. La dejó pasar, y a continuación cerró tras él. Ella se sentó en el sofá, y le ordenó que le quitara los zapatos y le diera un masaje en los pies. En condiciones normales, a él le encantaba hacer eso. Pero hoy se estaba meando. Le estaba empezando a doler realmente…

—Mi Dueña, necesito ir al baño. Por favor, me está empezando a doler en serio…
—A mí me duelen los pies. Y tú puedes aguantarte un poco más. ¿O quieres que pruebe tu resistencia pisándote la vejiga? —se lo dijo sonriéndole, pero su mirada le indicó que la cosa iba en serio.
—No, por favor… Si haces eso me mearé encima.
—Y no queremos eso, ¿verdad? —volvió a sonreír.
—No, mi Ama, eso… sería una guarrada.
—Efectivamente, perrito. Así que te aguantarás.
—Pero…
—Concéntrate, y deja de quejarte ya —su tono le indicó que estaba perdiendo la paciencia, así que respiró hondo y se concentró en olvidar el dolor.

Imagen tomada de Foot Worship.

Se arrodilló, despacio y con algo de dificultad. Con mucho cuidado, le quitó los zapatos y los dejó a un lado del sofá. Luego las medias. Le acarició la planta de los pies con suavidad y masajeó primero el empeine del pie derecho, el talón, los dedos… Ella cerró los ojos, abandonándose al placer. Luego, le cogió el pie izquierdo, y repitió el proceso, algo más deprisa y con más desgana, cosa que ella advirtió de inmediato.

—Un poquito más de entusiasmo, perro. No corras tanto, y haz las cosas bien…

La cara de él reflejaba ya sufrimiento. Pero continuó con los pies de su Dueña, como mejor sabía hacerlo. En un momento dado, ella le ordenó parar.

—Es suficiente. Gracias. Quédate como estás, y ve desnudándote, despacio.
—Ama, por favor…
—¿Qué?
—Me meo…
—Qué pesadito estás hoy, querido… ¿Qué quieres?

Uf. No podía soportar que le humillara. No con ese dolor, pero sacó fuerzas de donde no las tenía, odiándola ahora —adorándola como la adoraba— con toda su alma.

—Que me permitas ir al baño, mi Ama. No aguanto más…

Ella sonrió.

—Puedes ir.
—Gracias, mi Dueña. Muchas gracias.

Mear fue para él un auténtico placer. Fue tan liberador como un orgasmo. El chorro cayó, fuerte, sonoro, y su respiración se agitó, su corazón latía a toda velocidad. Se limpió con cuidado y volvió al salón, a ponerse a los pies de su Dueña.

—Gracias, mi Señora. Ha sido un gran alivio…
—Me alegro, perrito, ¿ves? Así aprendes a valorar todas las cosas, hasta las más tontas, como mear. ¿Piensas que hubiera llegado a pisarte la vejiga, tal y como estabas antes?
—Estoy seguro de ello, mi Ama…
—O sea, que piensas que soy una hija de puta…

Solía hacerle jugar a este juego, a arrancarle la verdad de sus pensamientos. Le gustaba que fuera absolutamente sincero, lo prefería a la sumisión servil.

—A veces si, mi Ama. Pero me gusta que seas así, ya lo sabes —sonrió.
—Y a mi me gusta que me digas la verdad —sonrió—, también lo sabes —le besó en los labios—. Desnúdate, me gusta verte así. ¿Cómo está mi polla?
—A tu disposición, mi Dueña…
—Eso ni lo dudo siquiera, perrito —se levantó y fue a la habitación. Un pañuelo negro le cubrió los ojos cuando volvió. Acarició ligeramente sus pezones con los dedos, que tenía algo fríos, y se endurecieron. Luego sintió la mordedura de una pinza sobre un pezón, y luego otra sobre el otro, el frío de la cadena rozando su pecho. Apretaban, uf, eran las pinzas japonesas. Tiró ligeramente de la cadena, mientras le rozaba la polla con la mano, suavemente. Y notó como iba creciendo en su mano, como le acariciaba los huevos. Sí, ahora tenía la polla durísima, con cada tironcito de la cadena se le ponía más y más dura.

—Estás muy guapo así, ¿sabes?
—Gracias, Ama…
—Las manos a la espalda. Mantén la postura, y no la pierdas.
—Lo intentaré, Ama.
—Como dijo el maestro Yoda, no lo intentes, hazlo, si no quieres tener que lamentarlo —le dijo, con tono irónico.
—Pondré todo de mi parte, de verdad…
—Lo sé, lo sé… —volvió a sonreír—. Veremos si lo consigues…

Encendió una vela blanca. Continuó de pie, inclinó la vela y las gotas comenzaron a caer sobre su excitada polla. Una tras otra. La primera le atravesó como un puñal, quemaba, picaba, oh, joder, qué difícil era mantenerse quieto. Empezó a moverse, sin poder evitarlo.

—¿Qué haces? ¿Te estás moviendo?
—Uf, Ama… no puedo evitarlo. Quema…
—No me digas… ¿si? —le dijo, con sarcasmo.
—Uf…
—Cada gota que caiga fuera de tu polla será un azote. Y ya hay unas cuantas, en el suelo, en tus piernas… Tú verás, no te gusta nada ser azotado, así que tú mismo…

Él intentaba estar lo más estático posible, pero le era complicado, aunque un vez que se acostumbró al calor de la cera le fue más fácil aguantarlo. Le quitó la venda de los ojos.

—Sopla la vela, apágala —le ordenó—. Lo hizo, soplando suavemente. Luego le quitó las pinzas de los pezones, lentamente. Él gritó de dolor cuando lo hizo, y Ella se los lamió con suavidad, al tiempo que con la mano masajeaba, para que volviera a circular la sangre. Lo alternó con mordiscos, que cada vez subían de intensidad, hasta que le hizo gritar y estremecerse de dolor. Ella separó los labios de sus doloridos pezones con una sonrisa de satisfacción.

—Muy bien. Ahora, cuenta las gotas que hay fuera de tu polla.

Él lo hizo. Contó más de 30, entre el suelo, sus piernas, la tripa…

—Cuento unas 40 gotas, mi Dueña.
—¿Dónde piensas que debo darte los azotes, perrito?

Odiaba con todas sus fuerzas los azotes. Bueno, no exactamente. Le excitaban, pero odiaba la humillación de recibirlos. Qué contradictorio, joder…

—Imagino que querrás dármelos en la polla, para quitarme la cera…
—¿Te he pedido que adivines qué es lo que estoy pensando? No, te he preguntado que dónde piensas que te debo azotar… Son preguntas diferentes, ¿no crees?
—Sí, mi Ama, lo son…
—Pues respóndeme…
—En la polla, para quitarme la cera, Ama.
—No está mal pensado. Pero no me apetece, o por lo menos, todavía no. Inclínate hacia delante…

Él lo hizo, se inclinó en el sofá, apoyando los codos. Se puso tenso, no podía ver con qué iba a azotarle, y eso siempre le producía un cosquilleo, excitación, temor al dolor… Y excitación. Muchísima. Notó algo ligero acariciando su culo. Parecía la vara. No, por Dios, la vara no. Duele de cojones. Además, normalmente, si se movía, solía añadir más varazos. Y le era imposible no hacerlo. Primero, como siempre, notó su mano sobre la piel, y después, el picor cortante de la vara, que ardía, quemaba la piel, la hacía enrojecerse. Los primeros 10 fueron más bien suaves, pero le costaba no moverse.

—Me encanta cómo suena y las marcas que te están quedando, ¿sabes?
—Me alegro, mi Ama, pero duele…
—Lo sé, también me gusta que hagas el esfuerzo de complacerme, sé que esto no te agrada especialmente…
—No, mi Ama, prefiero otros instrumentos para ser azotado…
—Por eso lo valoro más, perrito. —Mientras hablaba, los varazos seguían sucediéndose sobre su culo, y cada vez dolían más, intentaba no quejarse demasiado, aunque sabía que le excitaba escuchar sus gemidos de dolor. Su mano le acariciaba de vez en cuando—. Vamos, aguanta los últimos. —Fueron especialmente intensos, o eso le parecieron a él. Cuando acabó, notaba el culo ardiendo, como si tuviera raíces creciéndole en la piel. Le ordenó que se incorporara.

Imagen tomada de Men in Paina.

—Muy bien, mi perrito —le besó lentamente en los labios, despacio, recreándose—. Lo has hecho muy bien —sonrió.
—Gracias, mi Dueña.
—Ahora queda que quitemos la cera. Coge uno de mis zapatos.

Él se asustó. ¿Con el zapato? Ella lo cogió y, haciéndolo rozar contra la piel sensible de su polla, le dijo:

—Te encantan mis zapatos, ¿verdad?
—Sí, mi Ama, los adoro…
—¿En serio? —Siguió acariciándole.
—Sí…

Notó el primer golpe seco mientras ella le clavaba la mirada. Con la suela del zapato, Ella le azotó la polla, de forma que las gotas de cera que quedaban, se fueron desprendiendo. Manteniéndole la mirada fija en la suya, los azotes eran cada vez más fuertes. De pronto, se escuchó a sí mismo suplicándole que le diera más fuerte.

—Uff, me duele mucho, mi Ama, pero quiero más. Me gusta…
—Vaya, vaya… ¿te estás haciendo masoca? —le dio con verdadera saña, mientras sus pupilas se hacían enormes y su mirada brillaba (más).
—Lo dudo, mi Dueña, pero me gusta… ¡Ahhh!

Ella le puso el zapato en los labios y dejó que lo besara.

—Pues ya está bien… Si quieres más, vas a tener que ganártelo.
—¿Y qué tengo que hacer? —ahora estaba ansioso, excitado…
—De momento, vas a lamerme el coño. Me has puesto muy cachonda, ¿sabes que me encanta escuchar cómo te quejas, cómo te mueves con cada azote y cómo me miras cada vez que te doy uno? Y lo caliente que estás, me encanta verlo…
—Con mucho gusto, mi Dueña. Te lameré hasta que me digas. Y sí, sé que te gusta notar mi dolor, y a mi dártelo.
—Uhm… eres un pelota, pero me encantas —sonrió ella. —Desnúdame y lámeme hasta dejarme bien limpia. Dame placer.
—Con permiso, mi Ama, déjame que te lleve a la cama y te ponga cómoda, como a ti te gusta, para que disfrutes al máximo
—Lo tienes.

Imagen tomada de Men in Pain.

Se levantó y le dio la mano, la ayudó a tumbarse en la cama, le quitó la ropa despacio, dejándola doblada cuidadosamente en una silla que había cerca. Se situó entre sus piernas, a darle el máximo placer. Lamió, chupó, recogió bien toda su excitación, se esmeró al máximo.

—¿Me vas a dar tu corrida en la boca? —le dijo, mirándola lleno de lujuria desde donde estaba.
—¿Qué maneras son esas de pedirme las cosas, perrito consentido? —le respondió ella, sonriendo, con los ojos aún entrecerrados por el placer.
—Por favor…
—Ya veremos si te la doy o no… Sigue lamiendo.
—Permíteme que te apriete los pezones, por favor, mi Dueña, para poder darte más gusto…
—Si haces eso, me correré en tu boca, y lo sabes…
—Lo sé…
—Eres un cabrón… Te he dicho que te la daré cuando quiera…

Él la miró con cara de súplica, con toda la cara mojada de sus fluidos…

—Por favor… Quiero darte placer.
—Dámelo… Haz que me corra en tu boca.

Uhm. Esa pequeña concesión, su rendición, le excitó como nunca. Llevó las manos hasta sus tetas, le acarició los pezones, que tenía hipersensibles a los estímulos. Notó como se endurecían en sus dedos. Los apretó, cada vez con más fuerza. Él sólo hacía esto para darle placer a Ella, no por causarle dolor, aunque sabía, de hecho, que el dolor la excitaba y mucho. Pero él no era quien debía provocárselo, por eso le solicitaba permiso cada vez que deseaba excitarla de esa forma. Llegó un momento en que tenía sus pezones cogidos con tanta fuerza, que no se explicaba cómo no podía estar haciéndole daño. Pero no. Sus gemidos eran cada vez más fuertes, mientras su lengua continuaba trabajando a buen ritmo. Hasta que, de repente, notó como su mano le agarraba fuerte el pelo y le mantenía la boca pegada a su coño, mientras se doblaba de placer, literalmente, y se derramaba en su boca, lentamente, acompañando sus violentos movimientos con espasmos y gemidos. Él continuó lamiéndola muy despacio, hasta dejarla absolutamente limpia. Cuando Ella se recuperó de su orgasmo, se colocó apoyada en unos almohadones. Le ordenó que le trajera la fusta, y que se pusiera de rodillas, en la cama, frente a Ella.

—Ahora quiero ver cómo te corres tú, mi perrito…
—Gracias, Ama… Será un placer para mí darte mi corrida y que me mires…
—De nada. Mastúrbate, vamos —le acarició el pecho y los huevos con la fusta muy despacio.

Su cara reflejaba en inmenso placer que sentía por estar de esa forma ante Ella. Se situó sentada, entre sus piernas y ahora le acarició el culo con la fusta. Alternó las simples caricias con algún fustazo que le hizo gritar.

—¿Qué estás pensando poniendo esa cara de guarro? —le dijo, sonriendo.
—En que te estoy follando, mi Ama…
—¿Ah, si? ¿Tienes ganas de follar?
—Me muero de ganas, sí…
—Claro… Sus deseos son órdenes, caballero —le dijo con ironía. Soltó la fusta.
—Boca arriba, ábrete de piernas y sube el culo. Te vas a ir bien follado hoy…

Ella se colocó su arnés, cogió lubricante, que untó en la polla de plástico que iba a meterse en sus entrañas, y en su ano, con cuidado. Con los dedos, fue dilatándoselo despacio, haciendo que se acostumbrara a tener algo dentro. Cuando consideró que ya podía, empezó a empujar con la polla que llevaba sujeta a la cintura, metiéndola muy poco a poco.

Imagen tomada de Men in Pain.

—Despacito… hasta que la tengas toda dentro, mi perrito. No dejes de meneártela mientras. Que no se caiga ni un poquito de tu corrida, quiero ver cómo lames hasta la última gota, tu mano limpia.

Él notaba como se iba abriendo paso dentro de su culo. La sensación era increíble, le encantaba.

—Un día voy a hacerte esto mismo con una perrita comíéndote la polla mientras yo le follo. ¿Te gustaría, verdad?
—Uf, sí, mucho, mi Dueña. Qué gusto me estás dando, joder…
—Lo sé, me encanta verte la cara… —terminó de penetrarle muy despacio —Así. Ya estás lleno. Y ahora, me voy a empezar a mover dentro de ti, a follarte bien…
—Sí, mi Ama, por favor, fóllame bien. Fuerte… —su cara de tensión, de puro vicio, no hacían más que excitarla más y más cada vez.
—Shhh… Te follaré como yo quiera, no te pongas nervioso —sonrió.
—Estoy fatal, fóllame, mátame de gusto…
—En esa frase faltan cosas, perrito…
—Por favor, mi Ama, por favor… ¡Fóllame!
—Así sí… —se empezó a mover rápido y más fuerte—. Mastúrbate mientras, no dejes de hacerlo. Muy bien… me encanta verte, ¿sabes?
—Joder, me voy… me voy a…
—¡Ni se te ocurra sin pedirme permiso! O te juro que estarás dos meses sin volver a correrte, ¿has oído? —le dijo, ahora con tono duro.
—Estoy a punto, mi Ama… déjame que me corra.
—Suplicas fatal, que lo sepas…
—Es que no puedo… no voy a poder aguantarme si sigues foll… ahhh…
—¡Pídemelo!
—Déjame que me corra, ¡joder!

Ella sonrió. Su sonrisa sádica.

—Córrete, pero esto te va a costar muy caro. Mucho.

Él empezó a correrse, en su propia mano, cuidando de que no cayera nada fuera de ésta. Cuando dejó de tener espasmos, se llevó la mano a los labios, y lamió toda su leche, sin dejar ni una gota. Ella se fue saliendo de su interior despacio, mientras le acariciaba.

—No pienses que voy a olvidarme de esto…
—Sé que no lo harás, mi Ama. Me encanta que seas tan retorcida —sonrió.

Ella se echó a reír mientras le abrazaba, le acariciaba y le decía:

—Vete preparando, porque sí, como bien sabes, soy retorcida, sádica y voy a pensar un castigo apropiado para ver si, de una vez, aprendes a pedirme permiso cuando te corres… Que parece que me informas, y a veces, casi que me ordenas, más que me pidas permiso…
—Soy un desastre de sumiso, ya lo sabes, mi Dueña…
—Me lo paso demasiado bien intentando hacer que no lo seas, mi perrito —sonrió ella.

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